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Prédica
del 29 de diciembre de 2006
en la Iglesia de la Adoración
en el Monte Schoenstatt

Queridos hermanos en el sacerdocio, queridos amigos de la Familia de Schoenstatt:
El 29 de diciembre de hace 32 años consagré mi vida como sacerdote a la Madre Tres
Veces Admirable y comenzó así mi camino sacerdotal en la Familia de Schoenstatt. En este día vengo hasta aquí en el Monte Schoenstatt para consagrar mi vida como Obispo al Dios uno y trino, y para rezar en el lugar de descanso del P. José Kentenich. He querido recorrer este camino de peregrino para l egar a beber de las fuentes de amor a la Iglesia que brotan desde el mensaje y la vida de nuestro Fundador. Como primer obispo schoenstattiano de Italia me siento l amado a l evar al corazón de la Iglesia, de Italia y de todo el mundo, el carisma del P. Kentenich. Mi actividad pastoral como Obispo la inicié en mi diócesis con una visita a lo que yo l amaría “el santuario de los dolores”: la prisión y el hospital de la localidad. En los rostros de las personas con las que me encontré ahí descubrí el deseo profundo de muchos de encontrar la amistad, la esperanza de saberse acogidos y amados por alguien que los En esos primeros días pude experimentar desde el inicio hasta el fin el camino de vida del hombre al bendecir a un recién nacido y también a un hombre anciano que se debatía entre la vida y la muerte. A través de esas experiencias y encuentros, que tenían mucho de cotidiano pero también mucho de extraordinario, pasé por el umbral del misterio de la vida y la muerte, de los límites de la existencia humana en los que un simple gesto y una palabra se transforman en una experiencia de la gracia de Dios. Como nunca antes pude experimentar el significado de mi actividad sacerdotal. Dentro de mi corazón di gracias al Señor por enriquecer mi tarea sacerdotal con una dimensión de paternidad. Pude percibir palpablemente cómo Dios se vale de los signos y las palabras del sacerdote para revelar a los hombres su amor, para revelarse Él mismo como el Amor, para regalarles esperanza en la vida. Son los caminos de la gracia. Las manos santas y dignas con las que Jesús celebró la eucaristía se multiplican de manera milagrosa en las manos de los sacerdotes que celebran hoy los signos de la salvación: liberan a los hombres del peso de las faltas, consuelan a los enfermos, alientan a los hombres en su trabajo y los acompañan en tiempos de prueba. Entre las obligaciones más importantes de los obispos está la de “tomar esas manos sacerdotales bajo su protección” (Pastores Gregis, 47). Cada vez que reflexiono acerca de esta obligación me convenzo más de que mi consagración como obispo me ha hecho heredero de una promesa. “Yo quiero bendecirte. y tú serás una bendición” (Gen 12,2). Pues mi primera actividad como obispo consiste en bendecir a los creyentes con el signo de la cruz. Este signo nos recuerda el signo más importante de nuestra fe cristiana que quiere ser asimismo un signo de paz y de comunión. Así fue también en tiempos de Noé, quien se transformó en un “signo de reconciliación después de un tiempo de ira” (Sir 44, 17). En la meditación cotidiana de la palabra de Dios puedo escuchar lo que el “Espíritu de mi Iglesia” me dice, y me l ena la convicción de que también para mí vale aquel a promesa de “el Espíritu de Dios está en mí, pues el Señor me ha ungido. Él me ha enviado para anunciar a los pobres el evangelio y para sanar a los que tienen el corazón oprimido, para anunciar a los cautivos la liberación y proclamar un año de gracia del Señor” (Is 61,1-2). El Espíritu de Dios me hace recordar que estoy l amado a ser una bendición para mi pueblo. Él me enseña a no olvidar que yo debo ser quien ayude a otros a dirigir la mirada al sol y a las alturas, hacia Aquel que le da el color al mar y el sentido a la vida. Él me recuerda que yo debo ser no sólo el que aliente a otros a levantar la mirada al cielo cuando se está en el lecho, enfermo, y sólo entonces esperar la ayuda del cielo, sino también a hacerlo cuando queremos seguir el camino rectamente, cuando queremos levantarnos e iniciar algo nuevo, para que no olvidemos que la luz divina siempre ilumina nuestros pasos. La necesidad de amor y compasión que descubrí en el rostro de los hombres sin libertad ni salud me señala siempre de nuevo hacia mi lema episcopal: “Dio è amore”, “Dios es amor”. Este fue también el tema de la primera carta encíclica de S.S. el Papa Benedicto A esto quiero dedicar mi servicio como obispo y todas las energías de mi espíritu y mi corazón. Porque Dios es amor, también es Él la fuente de la verdadera esperanza. Esperanza que no se basa en simples pensamientos o en las capacidades humanas sino en su promesa divina que da a los acontecimientos del tiempo su verdadero significado. Esta promesa divina transforma la historia mundial en historia de salvación. ¡Queridos amigos de la Familia de Schoenstatt! Levantemos los ojos a los montes, porque nuestro auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra (Sal 121, 2). Quiero invitarlos de todo corazón a edificar el futuro, a pensar generosamente, a poner nuestra vista en el cielo. Nuestra confianza debe transformarse, según una frase del Papa Benedicto, en paciencia y en humildad (Deus Caritas est, 39). Nuestra esperanza es la confirmación de que el cielo y la tierra se tocan, de que el mundo sólo creerá en el cielo cuando éste ilumine nuestra vida terrenal, no cuando el cielo oculte la tierra. Nuestra fe debe esforzarse intensamente por dar a las esperanzas débiles y limitadas de muchas personas el mensaje de la buena nueva, por abrir el camino de una esperanza fuerte y amplia. En mi actividad episcopal quiero mostrar con mi vida y mis actos que Dios es amor. El amor renueva todo porque es un amor dinámico, siempre nuevo, que reinventa las palabras y los actos de una manera nueva. Dios no sólo conserva lo que ya existe y que es muy bueno, sino que siempre sigue creando cosas nuevas, cosas que hasta ahora no existían. (ver Rom. 4,17). Escogí como lema de mi tarea episcopal “Dio è amore” para invitar a todos a recomenzar con Dios a profundizar la vida a partir de la fe, a fortalecer el amor y la esperanza. El primer signo que marcó nuestra frente, desde el momento del bautismo, fue el signo de la cruz. A muchos no les explicaron esto, o no lo entendieron, o lo han olvidado y no viven de este signo de la cruz. Nuestra espiritualidad en Schoenstatt nos muestra el camino para darle un rostro a nuestra fe y para tomar en serio nuestro bautismo en la alianza de amor a través de una renovada decisión personal. Esta es nuestra propuesta como movimiento espiritual a la Iglesia. Y estamos convencidos de que se trata ante todo de una iniciativa de Dios para nuestro tiempo y de una invitación l ena de amor de María que quiere conducirnos a su Hijo. “Hagan lo Él les diga.” (Jn 2,5). Yo nunca conocí personalmente al P. Kentenich. Algunos de nosotros tuvieron la fortuna de conocerlo todavía en vida. A otros les pasó como a mí, que descubrimos cómo su persona, su vida y su mensaje son totalmente actuales. Voy a mencionar algunos puntos, donde pienso que nuestro fundador tiene un aporte En un mundo dominado por la técnica, en el cual no hay espacio para Dios, trae Schoenstatt una interpretación providencialista de la historia que libera al hombre En un mundo globalizado donde ya nadie se siente en casa a pesar de poder “navegar” a través de todas las redes virtuales, viene Schoenstatt con su propuesta En mundo masculinizado en el que la mujer se ve sometida de muchas maneras al varón, incluso en el cristianismo, promueve Schoenstatt la dimensión mariana del hombre y con esto la dignidad de la mujer y el valor de la vida. En un mundo donde desaparecen cada vez más todos los valores auténticos y donde aquel o que la historia nos entregó como riqueza se arroja al olvido, donde el actuar mecanicista se filtra en los rincones de lo cotidiano, viene Schoenstatt con su propuesta pedagógica para formar al hombre libre, al hombre responsable y Todos nosotros hemos recibido un gran regalo de nuestro padre y fundador. Su misión es nuestra tarea. Por mi parte, prometo mi colaboración para esta gran tarea y pido a todos ustedes su oración por mi servicio pastoral. Traducción: Carlos Infante, México/PressOffice Schönstatt

Source: http://downloads.eo-bamberg.de/5/484/1/83388101922311738935.pdf

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